La verdadera patria de un hombre es su infancia. En algún sitio había oído yo esta frase y como tampoco soy alguien muy leído, la verdad, no tenía ni idea de a quién se le habría ocurrido aunque, eso sí, donde o cuando fuera que la oyese se quedó prendida en mi memoria y ahí estaba, clara y completa, agazapada para mostrarse enseñando las orejas y saltar como un resorte en el mismo instante en que me disponía a hablar de la obra de Jorge.
Me viene a la memoria también el momento en que Jorge andrés Segovia nos mostró en su exposición una de sus obras en las que aparecían unos niños jugando en la acera con esa cara de pillos que todos teníamos de pequeños en los parques donde nos llevaba el abuelo el fin de semana, en los recreos o en las aceras del pueblo los veranos donde nuestras madres nos podían dejar tranquilamente y descansar de tanto enano. “Por esta obra me dieron un premio” nos contó y como un acto reflejo de esos de los médicos de los tebeos que le daban al paciente con un martillo en la rodilla dije sin pensar ¡¡¡SI!!!.
Bien, pues así es la pintura de Jorge Andrés Segovia, sencilla en la forma, sin retórica, clara y serena pero con alma.
Bueno, un momento, os tendría que decir el autor de la frase con la que he comenzado esta crítica ¿verdad? Es Rainer Maria Rilke. Saaanto google… aunque tengo que confesaros otra cosa. La idea de que la pintura y el arte deben tener alma la escuché el día de la presentación de la exposición. No la dijo Jorge Andrés sino su mujer que se mostraba encantada hablando de la obra de su marido. Fue durante el ágape que siguió a la presentación. Yo estaba entretenido entre las viandas y las conversaciones echándole el ojo a una suculenta croqueta de jamón cuando le escuché decir “Lo que debe tener el arte es alma, eso me lo enseñó mi chico”.
No se puede estar más de acuerdo con esta frase que sin duda resume el sentido de la natural necesidad de expresarse del artista, el arte es una prolongación de la vida, de quien siente su pulso. En el caso de Jorge Andrés, ese pulso es sereno, sincero y afable como lo es su trato. Un pulso que transmiten y comparten los que le conocen bien y que percibimos de inmediato los que recién le conocemos. Ese pulso está en su obra, en sus músicos callejeros, en sus chavales, en sus maternidades y en sus evocaciones.
No me queda más que agradecerle a Jorge ese chispazo que me dio al contemplar a esos pillos jugando en la acera que bien pudieran ser esos amigos nobles de la infancia y la evocación de ese mundo que recuerda a esos mayores que acompañaron pacientes nuestra niñez y que están ahí, en lo mejorcito de nuestra memoria.
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